Ella me mostraba sus manos pero me estaba hablando con los ojos. Aquellas, ásperas, contaban su propia historia. La del trabajo casero que te adorna de grietas la piel; y la de vivir en la calle, que aporta su cuota de desgaste, de erosión, de dureza. El mismo aspecto rígido tenía su rostro, aunque en sus gestos predominaran melancolía y -por momentos- ternura.
Ella me mostraba las manos y no me hablaba, pero yo la entendí. Y no me refiero a comprender el universal ademán del que mendiga. Más bien, la imagen me transportó a un siglo atrás. Me habló de dolor, de necesidad, de cansancio. Sólo pude compararlas con las fotos de las mujeres sufridas que observaba desde la infancia, de falda en falda, de acto en acto, cargando su vida en las espaldas, escapando de la inhumanidad de un imperio hambriento.
Pensé en mis abuelas y atiné a darle todo lo que cargaba mi bolsillo. Y, aunque me devolvió una sonrisa a medias, yo me sentí inútil e impotente. No quería el racimo de perejil fresco que ofrecía. No quería darle plata y seguir mi trayecto. Quería abrazarla, conocerla, intercambiar y, tal vez, construir. Quería aminorar nuestra mutua soledad.
Crónicas desde las profundidades
viernes, 4 de septiembre de 2015
martes, 16 de junio de 2015
No te la lleves
Lilia nos recibió con una sonrisa mientras se limpiaba las manos tras degollar a la gallina que se convertiría en la cena unas horas después. Atravesamos la puerta de chapa y una mesa repleta de chocolates, galletitas, distintos tipos de pan, queso, miel y manteca caseros nos esperaba. "Siéntanse como en su casa", nos dijo mientras nos acomodábamos en los sillones cubiertos con alfombras. Lilia es la esposa del alcalde de Sevarants, un pueblo de Syunik al sur de Armenia, y si bien él tiene cierto poder en la ciudad, ella es la que controla lo que sucede en el hogar.
Cuando terminó el café, Artur se levantó y, explicando que tenía distintos compromisos, se retiró de la casa. Yo le pregunté a Lilia quién era ese chiquito de ojos negros redondos. Nunca imaginé que sería hijo de semejante historia.
Se la lleva porque puede
Cuando Daron se despertó, la abuela Lilia lo cargó entre sus brazos y nos lo presentó. No tiene más de 2 años y un puñado de cabellos y pecas. Daron es el bebé de su hija Varduhi.
Varduhi se casó con un hombre que no eligió. Él la eligió a ella. Él la vio una vez, en Ereván, y decidió que la quería de esposa. Él la eligió a ella. Probablemente de la misma manera que eligió su nuevo cepillo de dientes, en el supermercado, unos minutos después. Tal vez con un poco más de aprecio. Porque la quería elegir. La quería sólo a ella. Ella, mucho antes, había elegido a Garo. Lo habían hecho mutuamente. Pero todo eso se derrumbó el día en el que su actual esposo tocó a la puerta, y se la llevó. Una realidad que golpeó de sorpresa a Varduhi y a muchas más, pero que pocos saben (o quieren ver).
El "secuestro de novias", como se lo llama en términos sociológicos, sigue siendo una triste realidad en muchas regiones de Armenia. Según un estudio del académico estadounidense Christopher Edling realizado en 2012 donde 163 mujeres fueron entrevistadas, más de la mitad (54,6%) reporta haber sido secuestrada en algún momento de su vida. Entre ellas, un 65% afirmó además conocer a otras mujeres que vivieron lo mismo.
La investigación arrojó, por otro lado, un dato escalofriante: la mayoría de las mujeres (el 96,6%) se casó con su "secuestrador". Las cifras ilustran el poder de la presión social y la estigmatización comunitaria en el país, especialmente en las zonas rurales, así como la desvalorización de la mujer en una sociedad patriarcal que, en casos como éstos, la percibe como un ser dependiente desprovisto de libertad. La linda mercancía que tengo el derecho de agarrar.
Lilia no supo qué más decir. "Ella ahora está muy contenta con la familia que formó", concluyó, sin sacarle la mirada de encima a Daron. Y el énfasis en el "ahora" sonó a plomo. Fue el mismo sonido que producen las manzanas maduras al caer violentamente en el suelo. Caen, doloridas, sin poder escapar de ese destino, de ese caer inevitablemente.
Enseguida me callé, como nos callamos cuando, en silencio, entendemos que no hay nada para decir.
Que es momento de hacer.
¿Pero cómo?
viernes, 24 de abril de 2015
Renacer de la escoria
Jemma dice que todos los 24 de abril parece que el clima “estuviera de duelo”. El aire se pone denso, el cielo gris y, generalmente, llueve. Ella nació hace 23 años en Ereván, la capital de un país que está respirando un ambiente particular este mes. Las calles de la ciudad se poblaron de extranjeros, de música folclórica tradicional y de tulipanes. Se arreglaron las calles, se restauraron las veredas, empezaron a funcionar los bebederos y se encendieron las fuentes. Los espacios públicos se adornaron con carteles tricolores -rojo, azul, naranja- con el número “1915” y con las palabras “recuerdo”, “justicia”. Los autos, los comercios y las personas sacaron a relucir las calcomanías, las banderas, los pins y los letreros con la flor Myosotis sylvatica, también conocida como nomeolvides, elegida como símbolo del centenario del genocidio armenio.
Armenia se vistió de memoria.
Lo que recuerdo
Albert Navasardyan entró por la puerta del comedor sostenido por dos bastones de madera y caminó lento hasta llegar al sillón tapizado de terciopelo marrón, al lado de una mesa ratona que en cinco minutos se cubrió de platos con avellanas, damascos secos, katah -torta tradicional armenia rellena de azúcar y manteca-, galletitas de chocolate, fruta fresca cortada en trozos y compota de granada. Tiene 88 años y, aunque ve bien sin usar lentes, tiene una sordera leve. Su padre, su tío y su abuela fueron los únicos de su familia que lograron escapar de la muerte en 1915, cuando el imperio turco-otomano comenzó su plan de exterminio contra el pueblo armenio. En total eran 12.
A veces, los relatos quedaron incompletos porque los sobrevivientes eran muy chicos. Es el caso de la historia familiar de Styopa Fahradyan, que tiene algunos vacíos. Se trata de la travesía de dos hermanas, Mairanush y Haikush, que con tres y cuatro años, respectivamente, terminaron en el patio de Echmiadzin, la iglesia más antigua del mundo. Pero jamás recordaron cómo. Llegaron en 1915 y allí permanecieron junto a centenares de huérfanos hasta que un familiar de Ereván supo de ellas, las fue a buscar y las crió. Mairanush era su madre y, según relató Styopa a la diaria, nunca contó lo que vivió. “Un poco porque no quería volver a ese pasado y otro porque en esa época teníamos prohibido hablarlo, por órdenes de los rusos”, explicó. Con 77 años, aún conserva unos pocos cabellos blancos, un bigote canoso prolijamente cortado y cejas tupidas de un color gris mezclado. Todavía tiene la fuerza suficiente como para golpear la mesa cada vez que dice “turcos” y que los vasos de vidrio tambaleen.
La postura de Helena es un caso aislado.
En Armenia, la población parece optimista. La mayoría cree que “algún día” Turquía va a reconocer que quiso eliminar a los armenios de la faz de la Tierra. Sin embargo, no creen que sea en un futuro cercano. “Mantenemos la esperanza de que se reconozca”, dijo Styopa antes de prender un cigarrillo, y siguió: “El primer paso es que Estados Unidos lo reconozca”. De hecho, el peso fundamental del reconocimiento por parte del país presidido por Barack Obama es algo en lo que todos coinciden. “Creo que sólo puede suceder si Estados Unidos lo reconoce, no hay muchas alternativas”, dijo a la diaria Sarkis Mahroukian, un armenio californiano de 35 años que decidió instalarse en Armenia hace un año. También en este sentido opinó Araxia Andonian, una armenio-libanesa de 23 años que vive en Armenia hace diez meses: “Turquía no va a reconocer el genocidio ahora, eso mostraría debilidad de su parte y no creo que quieran estar en esa situación, pero a esta altura todo depende de Estados Unidos”.
Para Sevan Kabakian, otro armenio-libanés de 52 años, sólo Armenia puede ayudar a Turquía a dar vuelta la página. “Creo que el pueblo armenio tiene que mantener la presión pero, al mismo tiempo, mostrarles que somos compañeros ayudándolos a superar los obstáculos, porque mostrando rencor sólo generamos más hostilidad. La cuestión del genocidio armenio es ahora lo suficientemente internacional como para poder pasar a la etapa de decir ‘tenemos que trabajar juntos’”, señaló Sevan, que vive en Armenia desde 2006.
De la memoria a los hechos
La agenda de actos conmemorativos en Armenia empieza hoy de mañana con la apertura del Foro Internacional “Contra el crimen de genocidio” en el Centro de Convenciones de la capital, donde participarán alrededor de 500 personas, entre políticos, periodistas, líderes comunitarios y autoridades religiosas. El foro termina en la mañana del jueves. Ese día se desarrollará durante la tarde la ceremonia de canonización de los mártires del genocidio armenio en la iglesia de Echmiadzin -sede del líder de la iglesia apostólica armenia- y en la noche tendrá lugar el concierto de la banda estadounidense System of a Down, que actuará gratis en la Plaza de la República de Ereván.
En Uruguay habrá una marcha mañana desde la Intendencia de Montevideo hasta la Plaza Independencia, donde se realizará además un concierto con artistas locales. El 24 de abril, en el Salón de los Pasos Perdidos del Palacio Legislativo se hará el acto central, en el que además de conmemorar el centenario del genocidio armenio se celebrarán los 50 años de la ley que convirtió a Uruguay en el primer país del mundo en reconocerlo.
Crónica publicada en La Diaria el 21 de abril de 2015
sábado, 11 de abril de 2015
Tanzatap: un pueblo de mujeres y sueños
"Cuando sea grande quiero ser soldado" dijo en voz bajita, aunque seguro. Tiene 9 años y siempre busca ser el arquero del equipo, probablemente por ese deseo precoz de proteger lo que siente como propio. Zhora, además de certezas, tiene ojos marrones almendrados, piel morena y orejas prominentes que se acentúan más por el corte de pelo que las deja al descubierto, rasgos que le hacen honor a su identidad. Él es uno de los once estudiantes que asisten a la escuela de Tanzatap, pueblo ubicado en la región de Syunik, al sur de Armenia.
Llegar a ese lugar es difícil -hay que subir una colina empinada por caminos en pésimo estado- pero vale la pena. Con una población de sesenta personas, Tanzatap es un mundo apartado del mundo.
Era miércoles y la rutina se veía repetir a lo lejos en este pueblo-granja que te acecha con los olores propios de los lugares en donde conviven gallinas, ovejas, vacas y burros. Recorrerlo enteramente, a pie, no lleva más de diez minutos. A cada paso, el paisaje se va poblando de manos curtidas alimentando animales, de viejitas arando pedazos de tierra y de niños corriendo alrededor de las construcciones precarias de hormigón y chapa, levantando un polvo marrón que ya no molesta.
La segunda casa
En la escuela de Tanzatap sólo reciben a alumnos de primer a octavo grado. Los más grandes suelen ir a estudiar a Kapan, una ciudad más extensa que queda a pocos kilómetros. Ahí se quedan toda la semana y vuelven los sábados y domingos para visitar a sus familias. La escuela, el edificio más moderno y dinámico del pueblo, está ubicada casi al borde del territorio, abrazada por un paisaje montañoso donde predomina la paleta de marrones, verdes y ocres.
Al entrar, entre distintos carteles multicolores que realzan a los héroes armenios, se pueden percibir diez puertas: una para cada grado, una que lleva hacia el baño y otra que invita a pasar al comedor. Pero son demasiadas puertas, porque "muchas clases son mixtas", según explicó la maestra Angela, debido a la reducida cantidad de alumnos.
Los salones están en buenas condiciones, a pesar de la precariedad de los materiales, y en el comedor sólo hay cajas de jugos frutales y paquetes de galletitas para la merienda, ya que cada uno almuerza en su casa. Al diálogo con Angela se sumaron Verjiné y Susan, maestras de Física y de Lengua respectivamente, y contaron que aunque reciben dinero del Estado para los alimentos, no es suficiente. Que si recibieran más fondos, podrían brindarles alimentos más nutritivos a los chicos. Podrían comprar materiales de mejor calidad. Podrían renovar el edificio en donde todos los niños del pueblo pasan la mayor parte del día.
Verjiné es la que más habla. Tiene una pollera negra que roza sus rodillas, un buzo violeta y, arriba, reposando entre sus hombros, un saco de lana gruesa del mismo color. El pañuelo con motivos arabescos en tonos amarillos, rojos y azules en su cuello me hizo acordar a mi abuela Ana. La pose de sus manos, agarradas a la altura de la panza, también. Cuando descubrió mi edad soltó una carcajada: "no puedo creer lo chiquita que sos". La quise abrazar, pero me contuve. Angela no habló tanto, pero todo lo que dijo fue sustancial para poder entender la situación de la institución. Ella es la más joven, lleva el cabello rojizo a medio recoger, un trajecito verde agua y una pollera del mismo tono. En sus palabras -y ojos- se nota que la profesión que ejerce es su pasión. Susan no habló. Su rostro repleto de arrugas, su posición encorvada, los huecos entre sus dientes y el pañuelo beige sobre su cabeza pintan el retrato típico de la abuela armenia. Las tres nacieron en Tanzatap y en Tanzatap planean morir. Algo así pasa también con los niños.
Sonó la campana y salieron corriendo. Primero, llenaron varios recipientes con agua y regaron las plantas que tienen en una pequeña huerta detrás de la escuela. Luego, algunos se fueron a sus casas a comer y otros se quedaron jugando a la pelota. Ahí conocimos a Zhora, el que quiere ser militar para defender al país de "los malos". Fue también en ese momento que apareció en escena Vresh, un dulce chiquito de seis años, que sólo nos habló para recitar un poema cuyo último verso expresaba algo como "qué suerte tengo de vivir en mi dulce Armenia". Y todos nos quedamos sin palabras.
Mujeres
Mari sonríe. Tiene puesto un gorrito rosado y blanco, un buzo-osito gris y pantalones fucsias. Es dueña de unos ojos verdes que no se ven muy seguido en la región y la que se roba todas las miradas en el pueblo. Con apenas un año, Mari es la habitante más joven de Tanzatap. Su mamá, Maretta, contó que por ser la única de su edad el alcalde decidió no abrir un jardín de infantes. Pero lo dice con dulzura, sin sacarle los ojos de encima a la bebé, acomodándole el gorrito que se le cae cada dos por tres. Le encanta sostenerla en los brazos, dice que así se siente completa. Maretta es de Gorís, una de las ciudades más grandes de Syunik, y tuvo que mudarse al pequeño pueblo para casarse. No le dieron alternativas.
Seguí caminando y no pude dejar de notar que todas las personas que vi trabajando -ya sea con la tierra, con el ganado o en la escuela- eran mujeres.
¿Dónde están los hombres?
jueves, 24 de julio de 2014
En la calle codo a codo
Desde el 7 de julio, cuando Hamás lanzó el primer misil, han muerto 718 palestinos, de los cuales 121 son niños, y hay cerca de 4500 heridos. Del otro lado del muro, han fallecido 29 soldados israelíes y tres civiles. La respuesta de Israel, bautizada como Operación Margen Protector, comenzó el 8 de julio y según afirma el gobierno israelí tiene como único objetivo desarticular a Hamás en la Franja de Gaza. Sin embargo, los civiles son los que están sufriendo esta ofensiva que ya lleva diecisiete días. En Uruguay, cerca de dos mil personas se manifestaron el 22 de julio en repudio a las acciones de Israel y en solidaridad con el pueblo palestino.
La convocatoria era a las 19 horas, pero veinte minutos antes el tumulto de gente en la explanada de la Universidad de la República se hacía notar a lo lejos. Pancartas del tamaño de una hoja A4 y otras que medían el doble, el triple o más. Las consignas eran muy claras. Era el grito de un puñado de uruguayos solidarizándose con el pueblo palestino y manifestándose contra Israel por los “crímenes de guerra” y “de lesa humanidad” cometidos en la Franja de Gaza en los últimos días. Banderas de Palestina. Algunas usadas de capas, otra flameando alto. Un niño la llevaba pintada en su rostro, serio y rígido, como para intentar ocultar la mirada desoladora que proyectaban sus ojos. El cielo estaba completamente gris y la amenaza de lluvia era inminente, pero resistió. “Por lo menos el clima está de nuestro lado”, dijo al pasar un señor de boina negra con una bandera palestina en la mano.
El grupo humano allí presente era de lo más heterogéneo y se dividía en distintos grupos reducidos: habían muchos jóvenes -con sus barbas tupidas, sus cabelleras negras y sus termos bajo el brazo- pero también muchos canosos y canosas con anteojos circulares, bufandas gruesas y paraguas negros. La mayoría de los presentes llevaba puestos "kufiyya", que son los clásicos pañuelos blancos y negros que se usan en el Medio Oriente y que actualmente suelen vincularlos a la causa palestina. Algunos lo usaban en el cuello, otros en la cabeza, unos pocos lo hacían para cubrir la mitad del rostro y los más viejos lo llevaban en los hombros.
A las 19:30, toda la explanada estaba repleta. Los organizadores de la marcha -Coordinadora en Solidaridad con Palestina, un colectivo compuesto por diversas instituciones sociales además de la Comisión de Apoyo al Pueblo Palestino- cortaron la música lenta que sonaba de fondo y se procedió a la lectura de testimonios de palestinos que viven en la zona del conflicto y de judíos que están en contra de la ofensiva israelí. Luego, se realizó la simulación de un bombardeo en las escaleras de la Universidad, donde se pudo ver, entre humo, sonidos de bombas y chapas que vibraban, un grupo de personas que cayeron al piso portando encima nombres de palestinos fallecidos. Finalmente, fueron cubiertos por una bandera gigante de Palestina. Las banderas se alzaron, una música de tono más combativo empezó a sonar y todos comenzaron a marchar.
El recorrido estuvo encabezado por una pancarta que en letras grandes expresaba "No es una guerra, es un genocidio" y fue hasta la Embajada de Israel. Un pequeño grupo de jóvenes vestidos de negro comenzaron a cantar "Estado sionista, vos sos el terrorista" y poco a poco rebotó el eco en otros sectores. Estos cantos se alternaron con intervalos de silencio.
Una vez que se llegó al destino, el grito se convirtió en unánime, y todas las voces reclamaron "que se vaya la embajada de Israel" del Uruguay. Luego, se procedió a leer la proclama de la Coordinadora, que entre otras cosas exigió "el cese inmediato de los crímenes de guerra y de lesa humanidad cometidos en estos días contra la población indefensa de Gaza, y el levantamiento total del bloqueo”, “la retirada de Israel de los territorios palestinos ocupados”, el “retorno de los refugiados a sus tierras de acuerdo a la resolución 194 de la ONU”, la “libertad inmediata a todos los presos políticos palestinos, incluidos los más de 200 niños”, la aplicación de un “embargo militar internacional a Israel”, la ruptura de “todos los acuerdos económicos, culturales, militares y policiales, académicos, sindicales y sociales” con Israel y “la suspensión de relaciones diplomáticas con el estado de Israel”, lo que incluye el retiro del embajador uruguayo en ese país y la expulsión del embajador israelí del Uruguay.
A las 19:30, toda la explanada estaba repleta. Los organizadores de la marcha -Coordinadora en Solidaridad con Palestina, un colectivo compuesto por diversas instituciones sociales además de la Comisión de Apoyo al Pueblo Palestino- cortaron la música lenta que sonaba de fondo y se procedió a la lectura de testimonios de palestinos que viven en la zona del conflicto y de judíos que están en contra de la ofensiva israelí. Luego, se realizó la simulación de un bombardeo en las escaleras de la Universidad, donde se pudo ver, entre humo, sonidos de bombas y chapas que vibraban, un grupo de personas que cayeron al piso portando encima nombres de palestinos fallecidos. Finalmente, fueron cubiertos por una bandera gigante de Palestina. Las banderas se alzaron, una música de tono más combativo empezó a sonar y todos comenzaron a marchar.
El recorrido estuvo encabezado por una pancarta que en letras grandes expresaba "No es una guerra, es un genocidio" y fue hasta la Embajada de Israel. Un pequeño grupo de jóvenes vestidos de negro comenzaron a cantar "Estado sionista, vos sos el terrorista" y poco a poco rebotó el eco en otros sectores. Estos cantos se alternaron con intervalos de silencio.
Una vez que se llegó al destino, el grito se convirtió en unánime, y todas las voces reclamaron "que se vaya la embajada de Israel" del Uruguay. Luego, se procedió a leer la proclama de la Coordinadora, que entre otras cosas exigió "el cese inmediato de los crímenes de guerra y de lesa humanidad cometidos en estos días contra la población indefensa de Gaza, y el levantamiento total del bloqueo”, “la retirada de Israel de los territorios palestinos ocupados”, el “retorno de los refugiados a sus tierras de acuerdo a la resolución 194 de la ONU”, la “libertad inmediata a todos los presos políticos palestinos, incluidos los más de 200 niños”, la aplicación de un “embargo militar internacional a Israel”, la ruptura de “todos los acuerdos económicos, culturales, militares y policiales, académicos, sindicales y sociales” con Israel y “la suspensión de relaciones diplomáticas con el estado de Israel”, lo que incluye el retiro del embajador uruguayo en ese país y la expulsión del embajador israelí del Uruguay.
Rodeados de vallas y del personal policial que protegía la sede diplomática, un grupo de personas quemó banderas de Israel y de Estados Unidos mientras se lanzaban fuegos artificiales.
Finalmente, la idea era crear un espacio de “micrófono abierto” para que se pudieran expresar todos los que querían hacerlo. Sin embargo, llegó a la concentración el Embajador Itinerante de Palestina y quiso dirigirse a los presentes, por lo que esta instancia quedó para el final. En su discurso, felicitó a los organizadores por la proclama y expresó sentirse “conmovido” por el apoyo de los uruguayos a su pueblo. A la vez, manifestó que “el antisemitismo se expresa hoy en la persecución del pueblo palestino” y que los medios tratan a su pueblo “como si no tuvieran madre, padre o hijos”. A su vez, dijo que “no hay grupos humanos que valgan más que otros” y que “el dolor no es cuantificable”. “Los palestinos no somos hijos de un Dios más chico”, señaló, antes de ser aplaudido y aclamado por todos los presentes.
Mientras tanto, las relaciones entre Israel y Palestina parecen estar lejos del acuerdo por la paz.
Mientras tanto, las relaciones entre Israel y Palestina parecen estar lejos del acuerdo por la paz.
miércoles, 18 de junio de 2014
De no olvidar
Estoy hace días pensando en la responsabilidad
que tienen los comunicadores y los medios de comunicación en la elección del
gobierno. Podría sonar a reflexión cliché, de no ser porque últimamente estoy
percibiendo que ésta responsabilidad no está siendo tenida en cuenta ni por los
medios, ni por los ciudadanos. Vivimos en una sociedad cómoda, donde el confort
cibernético y tecnológico nos achanchó: preferimos pedir la comida "por
delivery" que cocinarla o ir a comprarla, preferimos comprarnos aparatos
de gimnasia que ir a caminar, nuestros niños prefieren quedarse en sus casas
jugando al Playstation que salir a jugar a la pelota. En general, queremos que
todo nos sea dado en la comodidad de nuestro sillón, y la relación con la
política no es muy diferente. Y en esta nueva lógica entre ciudadanos y políticos, el mediador forzoso es el medio de comunicación. No tenemos otra
chance que valernos de éstos para entender cómo son los candidatos, cuáles son
sus propuestas, sus aspiraciones, y hasta para percibir sus niveles de
credibilidad. No basta con ir a un acto político, entrar a sus sitios web o
leer el folleto propagandístico que nos dejan en el umbral de la puerta.
En un país donde el debate público entre quienes
quieren gobernar el país parece existir sólo en las redes sociales y en forma
de “tweets”, el periodismo político es una gran herramienta para informar,
explicar y orientar a los ciudadanos, particularmente en períodos electorales.
En este sentido, el francés Dominique Wolton - investigador especializado en
los medios de comunicación, el espacio público y la comunicación política,
entre otras cuestiones- sostiene en “La comunicación política: construcción de un
modelo” (1992) que la “comunicación política” es todo lo que se vincula “con la
producción y el intercambio de discursos políticos que exponen los distintos
actores y que los medios reflejan”. A la vez, afirma que es un “proceso
indispensable” para el “espacio político” porque permite la “confrontación de
los discursos característicos de la política”, que son “la ideología y la
acción para los políticos, la información para los periodistas, la comunicación
para la opinión pública”. Wolton aclara que, para los periodistas, la
legitimidad está vinculada con la información que brindan, que es un “valor
deformable” y que permite que se “relaten los acontecimientos y se ejerza
cierto derecho de crítica”.
Está claro que la noción de “comunicación política” tal como la describía Wolton es, en la actualidad e indiscutiblemente, uno de los bastiones de la democracia. Los políticos son elegidos por una masa de ciudadanos porque creen que su propuesta los hará vivir mejor. A su vez, esta propuesta llega a los ciudadanos mediante los discursos políticos que son difundidos por los medios masivos de comunicación. Esto significa que ciudadanía, medios y actores políticos se retroalimentan: todos necesitan de cada uno para cumplir su objetivo. Pero más importante aún: significa que el mediador entre el futuro gobierno de nuestro país (o ciudad, o municipio) y nosotros mismos, los que lo elegimos, son los medios de comunicación, con sus propios criterios, lógicas y reglas. Esto implica un compromiso y una responsabilidad ineludibles, tanto de los comunicadores como de los dueños de los medios, con la sociedad. Esto es algo que nunca deberíamos olvidar.
jueves, 29 de mayo de 2014
El abrazo de la memoria
René vive hace sesenta y dos años en el
barrio de Brazo Oriental. De cabellos rubios y menos de un metro y medio de
estatura, sus anteojos circulares de armazón transparente no pueden esconder
las arrugas de su rostro tostado. Cubierta bajo un buzo grueso de lana
anaranjada y con un pan marsellés debajo del brazo izquierdo, empieza
afirmando: “no busques a nadie más, nadie habla acá, no sé a qué le tienen
miedo”.
A tan sólo dos casas de distancia del hogar
de René, vivían hace cuarenta años Laura Raggio,
Silvia Reyes y Diana Maidanick, quienes fueron asesinadas en la madrugada del
21 de abril de 1974 durante un operativo militar en plena dictadura uruguaya.
Según testigos, más de cien balas acribillaron a las jóvenes militantes que
residían en el apartamento 3 (3098 bis) de la calle Mariano Soler. René
recuerda bien esa madrugada porque los “milicos” entraron en su casa especulando
que las muchachas vivían allí. “Me quisieron tirar la puerta abajo pensando que
eran los apartamentos, salí y les dije que si querían entrar, que entraran porque
yo no tenía nada que ocultar. Me preguntaron si era la entrada de los
apartamentos, les dije que no y me respondieron que me meta para adentro, que a
mí no me importaba. Al rato sentimos los tiros”, recuerda. Según relata, los
cuerpos de las mujeres fueron trasladados en la misma madrugada y, al otro día,
dos camiones militares estacionaron en la puerta de aquel apartamento y “se
llevaron todo, no quedó nada”.
Los familiares de
“las muchachas de abril”, como se dio a conocer el caso, denunciaron el hecho
en 1985, semanas después de que terminara la dictadura, pero la causa quedó
inhabilitada en 1989 cuando comenzó a regir la Ley de Caducidad. En el 2006
solicitaron la reapertura del caso, basándose en el derecho a la justicia, a la
verdad y a la información por parte del Estado, como sugieren los tratados
internacionales contra las violaciones a los Derechos Humanos que Uruguay firmó
alguna vez. Sin embargo, no tuvieron éxito y la Justicia cerró otra vez la
investigación. Hace más de un año se reabrió la causa, teniendo como precedente
la sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos en el Caso Gelman
que obliga al Estado uruguayo a investigar todos los casos tipificados como
delitos de lesa humanidad. René fue una de las citadas a declarar. La causa no
está caratulada en la Justicia porque continúa en instancia de investigación y,
si bien hubo avances, aún nadie ha sido procesado por este triple crimen.
La Marca de las Muchachas
A dos metros del
apartamento 3098 bis, sobre un pavimento todavía fresco, se perciben tres
bancos esféricos dispuestos de forma triangular. En el medio, una placa
circular de mármol negro lleva escrito “APARTAMENTO 3 de Mariano Soler. El 21
de abril de 1974 fueron acribilladas por militares Diana Maidanick (22 años), Laura
Raggio (19 años), Silvia Reyes (19 años)”.
Ésta es una de las
26 huellas que se encuentran dispersas por la ciudad de Montevideo en el marco
del proyecto “Marcas de la Memoria” y que reúnen “lugares simbólicos para la
ciudadanía y constructores de la identidad nacional” en la resistencia a la
dictadura, según indica la Asociación Memoria de la Resistencia 1973-1985 que
lanzó la iniciativa. Este proyecto surgió en el 2006 y desde entonces se han sumado la Intendencia
de Montevideo, la Facultad de Arquitectura de la Universidad de la República y
el PIT-CNT.
Tal como se
explica en la web de la Asociación, el proyecto “se basa en entender que la
construcción y la instalación de la memoria, es una tarea compleja, colectiva y
multisectorial” y que la idea de las marcas es que sean “espacios reunitivos,
que invitan a detenerse, estar y reflexionar”. Por eso la instalación de los
asientos. También señala que el diseño general en forma de círculo tiene que
ver con el simbolismo que éste tiene: “el círculo como signo de identidad”,
“como símbolo de pregnancia, sencillez y versatilidad”, “figura que focaliza y
centra”, “símbolo de finalizar lo comenzado, de volver a empezar, de movimiento
perpetuo”, “de totalidad, de contener, de albergar”, “del todo y la parte,
lleno y vacío, ausencia y presencia”. Es el círculo como construcción de la
memoria, de recordar lo sucedido en el pasado en vista a un futuro más justo y
democrático.
En este sentido,
René sostiene que la instalación de las marcas urbanas contribuye a la memoria
sobre todo para las nuevas generaciones. “Hay que enseñarle a la juventud lo
que uno pasó”, manifiesta con su voz ronca.
La marca de “las
muchachas” -que fue inaugurada el 21 de abril de este año al cumplirse cuarenta
años del trágico hecho-es visitada a diario, según cuentan los vecinos del
barrio. Juan Gómez, dueño del almacén ubicado a tres metros, dice que “todos
los días, o día por medio, se acerca gente al monumento”. Juan Torena, que vive
en la acera de enfrente, dice que “siempre hay niños jugando o parejas que se
sientan, sobre todo durante la noche”. Para René, más allá de que se utilicen
los bancos como lugar de descanso o para pasar el rato, siempre ve gente que se
asoma, lee lo escrito, observa detenidamente el apartamento en cuestión, se
sienta y “se toma un tiempo”. Las múltiples colillas de cigarrillos amontonadas
cerca de la placa lo atestiguan.
René no tiene nada
más para contar. Dice que con los años la memoria “se va oxidando”. Y ya
cansada de sostener el pan marsellés -que ahora se ubica debajo del brazo
derecho-, abre la puerta de madera que los militares intentaron derribar
aquella madrugada de 1974 y entra en su casa, desapareciendo de la calle Soler.
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