martes, 16 de junio de 2015

No te la lleves

Lilia nos recibió con una sonrisa mientras se limpiaba las manos tras degollar a la gallina que se convertiría en la cena unas horas después. Atravesamos la puerta de chapa y una mesa repleta de chocolates, galletitas, distintos tipos de pan, queso, miel y manteca caseros nos esperaba. "Siéntanse como en su casa", nos dijo mientras nos acomodábamos en los sillones cubiertos con alfombras. Lilia es la esposa del alcalde de Sevarants, un pueblo de Syunik al sur de Armenia, y si bien él tiene cierto poder en la ciudad, ella es la que controla lo que sucede en el hogar.

Artur, el alcalde, vestía un traje gris con rayas blancas y mocasines negros impecablemente lustrados. Ella tenía puesta una remera holgada violeta que conservaba restos de todo que había cocinado en el día -eran las 11 de la mañana-, un pantalón marrón de paño y pantuflas beige con lentejuelas doradas. Mientras él fumó un cigarrillo, sentado en el sofá, ella calentó el agua para el té, preparó café, trajo la leña, encendió la estufa y abrigó al niño que dormía en la cama matrimonial del cuarto ubicado a pocos metros de aquella mesa.

Cuando terminó el café, Artur se levantó y, explicando que tenía distintos compromisos, se retiró de la casa. Yo le pregunté a Lilia quién era ese chiquito de ojos negros redondos. Nunca imaginé que sería hijo de semejante historia.

Se la lleva porque puede

Cuando Daron se despertó, la abuela Lilia lo cargó entre sus brazos y nos lo presentó. No tiene más de 2 años y un puñado de cabellos y pecas. Daron es el bebé de su hija Varduhi.



Varduhi se casó con un hombre que no eligió. Él la eligió a ella. Él la vio una vez, en Ereván, y decidió que la quería de esposa. Él la eligió a ella. Probablemente de la misma manera que eligió su nuevo cepillo de dientes, en el supermercado, unos minutos después. Tal vez con un poco más de aprecio. Porque la quería elegir. La quería sólo a ella. Ella, mucho antes,  había elegido a Garo. Lo habían hecho mutuamente. Pero todo eso se derrumbó el día en el que su actual esposo tocó a la puerta, y se la llevó. Una realidad que golpeó de sorpresa a Varduhi y a muchas más, pero que pocos saben (o quieren ver).

El "secuestro de novias", como se lo llama en términos sociológicos, sigue siendo una triste realidad en muchas regiones de Armenia. Según un estudio del académico estadounidense Christopher Edling realizado en 2012 donde 163 mujeres fueron entrevistadas, más de la mitad (54,6%) reporta haber sido secuestrada en algún momento de su vida. Entre ellas, un 65% afirmó además conocer a otras mujeres que vivieron lo mismo.

La investigación arrojó, por otro lado, un dato escalofriante: la mayoría de las mujeres (el 96,6%) se casó con su "secuestrador". Las cifras ilustran el poder de la presión social y la estigmatización comunitaria en el país, especialmente en las zonas rurales, así como la desvalorización de la mujer en una sociedad patriarcal que, en casos como éstos, la percibe como un ser dependiente desprovisto de libertad. La linda mercancía que tengo el derecho de agarrar.

Lilia no supo qué más decir. "Ella ahora está muy contenta con la familia que formó", concluyó, sin sacarle la mirada de encima a Daron. Y el énfasis en el "ahora" sonó a plomo. Fue el mismo sonido que producen las manzanas maduras al caer violentamente en el suelo. Caen, doloridas, sin poder escapar de ese destino, de ese caer inevitablemente.

Enseguida me callé, como nos callamos cuando, en silencio, entendemos que no hay nada para decir.

Que es momento de hacer.
¿Pero cómo?