jueves, 29 de mayo de 2014

El abrazo de la memoria

René vive hace sesenta y dos años en el barrio de Brazo Oriental. De cabellos rubios y menos de un metro y medio de estatura, sus anteojos circulares de armazón transparente no pueden esconder las arrugas de su rostro tostado. Cubierta bajo un buzo grueso de lana anaranjada y con un pan marsellés debajo del brazo izquierdo, empieza afirmando: “no busques a nadie más, nadie habla acá, no sé a qué le tienen miedo”.

A tan sólo dos casas de distancia del hogar de René, vivían hace cuarenta años Laura Raggio, Silvia Reyes y Diana Maidanick, quienes fueron asesinadas en la madrugada del 21 de abril de 1974 durante un operativo militar en plena dictadura uruguaya. Según testigos, más de cien balas acribillaron a las jóvenes militantes que residían en el apartamento 3 (3098 bis) de la calle Mariano Soler. René recuerda bien esa madrugada porque los “milicos” entraron en su casa especulando que las muchachas vivían allí. “Me quisieron tirar la puerta abajo pensando que eran los apartamentos, salí y les dije que si querían entrar, que entraran porque yo no tenía nada que ocultar. Me preguntaron si era la entrada de los apartamentos, les dije que no y me respondieron que me meta para adentro, que a mí no me importaba. Al rato sentimos los tiros”, recuerda. Según relata, los cuerpos de las mujeres fueron trasladados en la misma madrugada y, al otro día, dos camiones militares estacionaron en la puerta de aquel apartamento y “se llevaron todo, no quedó nada”.

Los familiares de “las muchachas de abril”, como se dio a conocer el caso, denunciaron el hecho en 1985, semanas después de que terminara la dictadura, pero la causa quedó inhabilitada en 1989 cuando comenzó a regir la Ley de Caducidad. En el 2006 solicitaron la reapertura del caso, basándose en el derecho a la justicia, a la verdad y a la información por parte del Estado, como sugieren los tratados internacionales contra las violaciones a los Derechos Humanos que Uruguay firmó alguna vez. Sin embargo, no tuvieron éxito y la Justicia cerró otra vez la investigación. Hace más de un año se reabrió la causa, teniendo como precedente la sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos en el Caso Gelman que obliga al Estado uruguayo a investigar todos los casos tipificados como delitos de lesa humanidad. René fue una de las citadas a declarar. La causa no está caratulada en la Justicia porque continúa en instancia de investigación y, si bien hubo avances, aún nadie ha sido procesado por este triple crimen.

La Marca de las Muchachas

A dos metros del apartamento 3098 bis, sobre un pavimento todavía fresco, se perciben tres bancos esféricos dispuestos de forma triangular. En el medio, una placa circular de mármol negro lleva escrito “APARTAMENTO 3 de Mariano Soler. El 21 de abril de 1974 fueron acribilladas por militares Diana Maidanick (22 años), Laura Raggio (19 años), Silvia Reyes (19 años)”. 

Ésta es una de las 26 huellas que se encuentran dispersas por la ciudad de Montevideo en el marco del proyecto “Marcas de la Memoria” y que reúnen “lugares simbólicos para la ciudadanía y constructores de la identidad nacional” en la resistencia a la dictadura, según indica la Asociación Memoria de la Resistencia 1973-1985 que lanzó la iniciativa. Este proyecto surgió en el 2006  y desde entonces se han sumado la Intendencia de Montevideo, la Facultad de Arquitectura de la Universidad de la República y el PIT-CNT.

Tal como se explica en la web de la Asociación, el proyecto “se basa en entender que la construcción y la instalación de la memoria, es una tarea compleja, colectiva y multisectorial” y que la idea de las marcas es que sean “espacios reunitivos, que invitan a detenerse, estar y reflexionar”. Por eso la instalación de los asientos. También señala que el diseño general en forma de círculo tiene que ver con el simbolismo que éste tiene: “el círculo como signo de identidad”, “como símbolo de pregnancia, sencillez y versatilidad”, “figura que focaliza y centra”, “símbolo de finalizar lo comenzado, de volver a empezar, de movimiento perpetuo”, “de totalidad, de contener, de albergar”, “del todo y la parte, lleno y vacío, ausencia y presencia”. Es el círculo como construcción de la memoria, de recordar lo sucedido en el pasado en vista a un futuro más justo y democrático.

En este sentido, René sostiene que la instalación de las marcas urbanas contribuye a la memoria sobre todo para las nuevas generaciones. “Hay que enseñarle a la juventud lo que uno pasó”, manifiesta con su voz ronca.

La marca de “las muchachas” -que fue inaugurada el 21 de abril de este año al cumplirse cuarenta años del trágico hecho-es visitada a diario, según cuentan los vecinos del barrio. Juan Gómez, dueño del almacén ubicado a tres metros, dice que “todos los días, o día por medio, se acerca gente al monumento”. Juan Torena, que vive en la acera de enfrente, dice que “siempre hay niños jugando o parejas que se sientan, sobre todo durante la noche”. Para René, más allá de que se utilicen los bancos como lugar de descanso o para pasar el rato, siempre ve gente que se asoma, lee lo escrito, observa detenidamente el apartamento en cuestión, se sienta y “se toma un tiempo”. Las múltiples colillas de cigarrillos amontonadas cerca de la placa lo atestiguan.

René no tiene nada más para contar. Dice que con los años la memoria “se va oxidando”. Y ya cansada de sostener el pan marsellés -que ahora se ubica debajo del brazo derecho-, abre la puerta de madera que los militares intentaron derribar aquella madrugada de 1974 y entra en su casa, desapareciendo de la calle Soler.

viernes, 23 de mayo de 2014

Un tipo derecho

“Bonjour mademoiselle” fue lo primero que dijo al entrar en la cafetería del Radisson Hotel. De sobretodo negro, bufanda roja prolijamente doblada y  ojos celestes fatigados, el octogenario tomó mi cara y me dio cuatro besos, alternando las mejillas. “Así lo hacemos en mi pueblo”, expresó sonriendo el francés antes de beber un sorbo de café muy oscuro. Su mirada tierna y penetrante a la vez podía ser la de cualquier abuelo del mundo. Si no tuviera esa sensibilidad y esa fuerza no hubiera dedicado su vida a la defensa de los Derechos Humanos. No sería uno de los exponentes más importantes en derecho internacional sobre la desaparición forzada. No hubiera trabajado 34 años en la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas atendiendo causas tan amargas como las dictaduras o los genocidios. Louis Joinet es muchos a la vez. Es el jurista, el magistrado, el redactor de la Convención Internacional de todas las Personas contra la Desaparición Forzada, el autor de los principios del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, el que tomó café negro en una taza de porcelana blanca y desayunó una banana, el que podría ser perfectamente tu abuelo. O el mío.

Su voz firme contrastaba con sus manos temblorosas, características de cierta edad. Llegó a Montevideo el 17 de mayo -lo invitó la Intendenta Ana Olivera para homenajearlo por su trayectoria de solidaridad y lucha contra la impunidad en el Uruguay- y no paró ni un segundo. Incluso marchó en silencio, por la Avenida 18 de julio, junto a Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos por verdad, justicia y memoria. Ni el frío ni la lluvia lograron detenerlo. Es que su compromiso con este país data de varios años atrás.

Su primera visita fue en la década del ’70 cuando la Federación Internacional de Derechos Humanos lo envió en misión al país que vivía bajo las Medidas Prontas de Seguridad instauradas por el pachequismo. Su misión era investigar este instrumento jurídico de represión y visitar al General Líber Seregni y a los presos del Penal de Libertad. Pero las cosas no salieron como él se imaginaba. “Me negaron la visita a los prisioneros, al Gral. Seregni lo pude ver pero muy poco y las discusiones sobre las Medidas Prontas de Seguridad fueron complicadas con los magistrados, específicamente después de la entrevista que tuve con el Coronel Presidente de la Suprema Corte Militar”, contó. Sin embargo, no fue un obstáculo para su investigación sobre la situación de los presos políticos durante la dictadura uruguaya y tampoco para el estudio que haría después referido a los detenidos desaparecidos.

Incompleto

A Louis Joinet se le aceleró el corazón cuando empezó a ahondar en la situación del sistema judicial y la aplicación del Derecho Internacional en Uruguay, como le pasa a cualquier persona que siente pasión por lo que hace. Sin pelos en la lengua aseveró que “la Suprema Corte de Justicia (SCJ) en el Uruguay  es muy reticente a todo lo que corresponde al Derecho Internacional”. Dijo que es “muy importante” que éste se aplique, por ejemplo, en  los casos de detenidos desaparecidos porque, según la Corte Interamericana de Derechos Humanos, “la desaparición forzada es un crimen contra la humanidad y, por tanto, es imprescriptible”. Expresó que Uruguay, al haber ratificado la Convención Interamericana de Derechos Humanos, tiene que aplicarla.

Como otras “críticas o reservas” al sistema judicial uruguayo, el magistrado mencionó la carencia de un órgano independiente de la SCJ que asegure “la independencia de los jueces en sus carreras” y la falta de garantías para un juez que es trasladado de juzgado. Acerca de esto último mencionó el caso de su colega Mariana Motta -quien tenía en su haber múltiples casos vinculados a los Derechos Humanos y el año pasado fue trasladada por la SCJ sin explicaciones- con quien se “solidarizó”. “Para evitar absolutamente este tipo de cosas hay que crear un Consejo Superior de la Magistratura y adoptar un procedimiento que preserve los derechos del magistrado, y es lo que dice la Convención Interamericana. Toda persona tiene derecho a que su causa sea entendida de una forma contradictoria e imparcial, y Mariana Motta no tuvo las explicaciones necesarias de su traslado, no hubo debate contradictorio, por lo que no se respetó lo referido en la Convención Interamericana de Derechos Humanos”, explicó.

El experto francés consideró que en materia judicial queda mucho por hacer en nuestro país y que, en parte, la responsabilidad es de la SCJ que debe interpretar la Ley “para avanzar en el progreso y no en el conservadurismo”.

Luego tomó un último sorbo de café y se perdió en los pasillos del prestigioso hotel.

martes, 20 de mayo de 2014

En guardia

Tal vez sea predecible que, al entrar al Departamento de Emergencia Pediátrica de un hospital, lo primero que escuchemos sean llantos. Llantos fuertes, chillones, constantes; llantos que parecen formar parte de un paisaje sonoro habitual, pero que descolocan al visitante infrecuente. “Viniste en un día tranquilo”, dice al pasar una de las funcionarias; había descifrado completamente mi expresión de aturdimiento.

Nos encontramos en el corazón del Centro Hospitalario Pereira Rossell (CHPR), el hospital materno-infantil más grande de nuestro país y centro pediátrico de referencia a nivel nacional –todos los casos que no se pueden resolver ya sean en Montevideo o en el interior son transferidos a este sanatorio- e incluso internacional, pues es considerado uno de los mejores centros médicos de salud pública de América Latina. Además del Hospital Pediátrico, las otras grandes secciones son el Hospital de la Mujer y el Servicio de Maternidad-Recién Nacidos.
La sección pediátrica es colorida, los motivos infantiles son la base del decorado y una televisión transmite continuamente dibujos animados. Más allá de los llantos, el ambiente es tranquilo, todos parecen estar a la espera de algo: de resultados, de respuestas, de soluciones, de que calme el dolor.

Ya pasaron varios minutos de las 21 horas de este lunes. Llegó una ambulancia con un niño que se accidentó andando en bicicleta y presenta traumatismos en la cabeza. “Hay que hacerle una tomografía”. El niño de la bicicleta no para de llorar. El tomógrafo está roto, por lo que hay que esperar a que venga una ambulancia para trasladarlo y así asegurarse que no haya lesiones internas. Los médicos van directo a su historia clínica. La peculiaridad es que, a partir del año 2012, las historias clínicas del Centro Hospitalario Pereira Rossell están computarizadas. Según el caso, se actualizan e imprimen en el momento.  Todo el sistema  está muy organizado y todos se manejan con tranquilidad.

La atención médica nunca es insuficiente, porque en el hospital se conjugan los médicos especializados con los residentes –ya recibidos, que practican su especialización por tres años- y los estudiantes internos –que están en el último año de la carrera y son practicantes-. Una de las médicas de guardia, residente de pediatría, insiste en que el único problema al que se enfrentan, sobre todo en invierno, es a la carencia de camas. El número de pacientes en época invernal es ampliamente superior a la cantidad de camas, lo que genera largas horas de espera por parte de los pacientes. Por lo demás, todo parece estar bajo control.

Área de contención
Así se llama el área en que son atendidos los niños que necesitan atención psicológica o que presentan signos de maltrato físico o abusos de cualquier índole. Según el testimonio de una médica residente de pediatría que prefirió conservar el anonimato, los casos de niños maltratados –o que presentan signos sospechosos de haber sido maltratados- son diarios y numerosos. Ante un caso así, los médicos se comunican con el Equipo de Maltrato del CHPR, que está integrado por asistentes sociales, psicólogos y médicos legistas, que intentan entablar una instancia de diálogo con la familia afectada para que todos tomen conciencia del problema. Si el equipo confirma la situación de maltrato y la familia plantea una postura de rotunda negación, puede incluso hacer la denuncia ante la Justicia. Mientras, lo “único” que pueden hacer los médicos es “mantener al niño internado para alejarlo del maltratador”.

La única opción
Cuando el matrimonio de Alejo Rossell y Rius y Dolores Pereira de Rossel donó el terreno para construir el actual CHPR a fines del año 1900, el objetivo principal era construir un Hospital de Niños Pobres. Y aunque pocos años después se sustituyó "de Niños Pobres" por "Pereira Rossell", desde el inicio de sus servicios hasta hoy, "el hospital atiende familias con medios socioeconómicos deficitarios", según expresa una de las residentes de Pediatría.

Esto se debe a que es el único hospital infantil público del país y, para aquellas familias que no tienen recursos económicos como para afiliarse a sociedades médicas privadas, el Pereira Rossell es la única opción médica que tienen. Según palabras de la médica residente, una de las tareas como médicos en este centro es "meterse en la realidad social de cada familia, ver qué tienen y qué no, porque no sabés si, por ejemplo, tienen algún termómetro en sus casas". También hace énfasis en las madres y en cómo algunas son "realmente luchadoras", que vienen caminando desde lejos con sus hijos enfermos en brazos para que sean atendidos".

Es lunes de madrugada. Abandoné la Emergencia Pediátrica y estoy sentada en la sala de espera. En el silencio, se respira ansiedad, se percibe la espera y preocupación en los rostros cansados de los familiares, que aguardan las horas que sean necesarias para volver a ver a sus hijos sonreír. 

Están en algún sitio

Cuántas boinas y cabelleras nevadas invadían Rivera y Jackson minutos antes de las 19 horas. Desparramados entremedio, barbas negras tupidas, mates, termos, bufandas de lana, niños, jóvenes, adolescentes, bastones, carteles. "La memoria no diferencia generaciones", dijo Susana con un brillo especial en los ojos mientras observaba a un grupo de jóvenes que llevaban puestas remeras con la insignia "Todos somos familiares". La 19° Marcha del Silencio convocada por la Asociación de Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos estaba a punto de comenzar.

Cuando las agujas marcaron las 19, el tumulto liderado por los rostros de los 170 uruguayos que fueron detenidos en la década del '70 víctimas del terrorismo de Estado y continúan desaparecidos, comenzó a avanzar, lentamente, en silencio. Un silencio ensordecedor. Un silencio de luto pero también de espera, ese que hacemos cuando estamos buscando respuestas. Algunas cabezas miraban al cielo, otras al suelo. Podía imaginar a los centenares de caminantes repitiendo mentalmente el lema de la marcha: "¿Dónde están? ¿Por qué el silencio?". Los ojos caídos y el ceño fruncido de los veteranos lo sugerían. La mirada tierna y sombría de las señoras presentes lo decían. De repente se largó la lluvia pero nada pareció cambiar. La marcha siguió su camino sin variar el ritmo. Sólo se sumó un importante despliegue de paraguas y capuchas. Susana, que marchaba recordando a "varios conocidos que desaparecieron" durante la dictadura cívico-militar uruguaya (1973-1985), optó por dejar que las gotas penetraran su cara.

Al llegar a la Plaza Libertad, se mencionaron los nombres de todos los uruguayos desaparecidos -que sonaban por toda la Avenida 18 de Julio y que muchos recibieron exclamando "¡presente!" en cada ocasión- y luego se cantaron estrofas del Himno Nacional, que hizo elevar con fuerza a más de un puño al grito de "¡tiranos temblad!".

Muchos rostros también llovían.

Con la presencia del Presidente Mujica entre la multitud, la reivindicación por verdad, justicia y nunca más fue, una vez más, increíblemente masiva. Ahora resta seguir esperando que el silencio se transforme en respuestas, la memoria en luz, la impunidad en justicia y que los muertos puedan por fin descansar en paz.